Alejandro González Gutiérrez Licenciatura en Historia Escuela Nacional de Antropología e Historia
Una de las características más importantes del bolchevismo fue el énfasis puesto en la importancia del carácter internacional de la revolución proletaria por el socialismo. Lev Davidovich Trotsky fue quizá el más firme exponente de esta postura plasmada desde fines de 1904 en su teoría de la revolución permanente. Por entonces, en los círculos de la socialdemocracia rusa dominaba una concepción etapista del desarrollo histórico. Esto implica que todas las sociedades atraviesan por determinadas épocas que se suceden de manera progresiva una a la otra tal como ocurre con el crecimiento biológico humano. En tal caso, si el país se encontraba dominado por relaciones sociales de tipo feudal, lo más lógico es que el proceso que debía guiar una insurrección contra el régimen absolutista del zar Nicolás II fuera de corte burgués. “En las filas de la socialdemocracia nadie dudaba de que la revolución que se avecinaba era precisamente burguesa; es decir, una revolución engendrada por la contradicción entre el desarrollo adquirido por las fuerzas productoras de la sociedad capitalista y las condiciones políticas y de casta semifeudales y medievales ya caducas”[1]. La disyuntiva no se encontraba por el siguiente paso a dar, sino por quien debía guiar los esfuerzos revolucionarios. Para los mencheviques la respuesta se encontraba en los margenes de la burguesía nacional, si el régimen a implantar tras derrocar al zarismo era democrático liberal la tarea dirigente solo pertenecía a la clase que por antonomasia representaba esta expectativa. Para Trotsky esta perspectiva era improcedente, la burguesía rusa no podía jugar ese papel por los lazos que la unían con el imperialismo y los grandes terratenientes. Al seguir a Marx concluía que en la ofensiva contra el zarismo, el proletariado debía estar a la cabeza de las demás clases en busca de la toma del poder. “Esta revolución -argumentaba- tendrá por base el problema agrario ¿quién conquistará el poder? La clase, el partido que sepa acaudillar a las masas campesinas contra el zarismo y los terratenientes. Ahora bien: esto no puede hacerlo el liberalismo ni pueden hacerlo los demócratas intelectuales: su misión histórica está ya cumplida. Hoy la escena revolucionaria pertenece al proletariado”[2]. Tras la toma del poder debía llevar a cabo la revolución democrático burguesa. Sólo su dirección podría garantizar que este estadio no deviniera en una mera república parlamentaria y sí en una dictadura proletaria. En tal carácter el desenvolvimiento revolucionario no se quedaría estacionado en un episodio democrático, sino que avanzaría sin detenerse en la implantación de reivindicaciones de corte socialista. Esto traería como resultado una transformación continua y profunda de la sociedad hasta la eliminación completa de las relaciones de clase. Para Trotsky no había duda que el proletariado podía hacerse del poder e implantar su dictadura. Solo de este modo podía llevar a cabo las reivindicaciones democráticas -reparto agrario, nacionalización de la industria- y continuar sin detenerse hacia el establecimiento de las tareas socialistas -abolición de la propiedad privada, distribución social de la riqueza. Sin embargo, ello no podía detenerse en los límites de un país aislado y menos en uno atrasado como Rusia. El carácter permanente de la revolución hacia indispensable que trascendiera los limites de lo local hacia lo global. La clase obrera de los otros países, en especial de los más desarrollados, tenía que comprometerse en la cruzada contra la burguesía. “La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede detenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio”.[3] El proceso subversivo contra el capitalismo debía trascender a escala internacional; es decir que el fenómeno revolucionario debía adquirir dimensiones mundiales para poder mantenerse y desarrollarse. “De continuar aislado, el Estado proletario caería, más tarde o más temprano víctima de sus contradicciones. Su salvación esta únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países más progresivos. Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en si, sino únicamente un eslabón en la cadena internacional”.”[4] Desde esta óptica el movimiento del proletariado a escala mundial es un proceso inherente al carácter continuo de la revolución socialista. Para Trotsky entonces, “la revolución es permanente en dos sentidos porque empieza con las tareas burguesas y continua con las socialistas, y porque comienza en un país y continua a escala internacional”[5] La perspectiva global resultaba aún más indispensable para los países que no habían adquirido un desarrollo industrial avanzado y sus relaciones de clase estaban muy ligadas al horizonte agrario. En Rusia el proceso liberador de las clases oprimidas necesitaba que en Europa occidental estallara una verdadera movilización de clase contra el capitalismo. Solo así el socialismo podría hacerse realidad y trascender los horizontes de la simple expectativa. Sin que esto ocurriera, su liberación no seria posible. A Vladimir Ilich Lenin esta óptica no le era para nada ajena. Compartía la tesis de que en Rusia era imperioso se eliminara al zarismo mediante una revolución democrático burguesa. Esta tarea la llevaría adelante una coalición formada por proletariado en alianza con el campesinado y no por la clase potentada cuyo carácter era en esencia contrarrevolucionario. Este bloque en su lucha por el poder instauraría una dictadurademocráticadelproletariadoyelcampesinado que comenzaría por destruir la propiedad feudal y por llevar a cabo las tareas burguesas. En este proceso, el gran país asiático no podía continuar más allá, “la revolución social debía detenerse antes de realizar las tareas socialistas, ya que, y todos estaban de acuerdo, las condiciones objetivas para la construcción del socialismo en Rusia estaban ausentes”.[6] Su industria atrasada le impedía dar el siguiente paso; contrario al caso europeo cuyo desarrollo económico político hacia más factible una transformación social en este sentido. “Pero la posición de Lenin no queda ahí. Lenin siempre fue un internacionalista intransigente. Toda su perspectiva se basaba en la revolución internacional, de la que la revolución rusa era solo una pequeña parte”.[7] La revolución que Lenin auguraba para Rusia debía seguir su propio proceso pero no en un sentido solipsista. Ladictadurademocráticarevolucionariadelproletariadoydeloscampesinos no podía trastocar de facto las fronteras del capitalismo. Se convertía de hecho en eso, una dictadura popular con miras a garantizar un democratismo inexistente hasta ese entonces por la dinámica estructural del sistema zarista. La transformación completa de la sociedad tenia que pasar por una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario entre los cuales se encontraba como condición necesaria “hacer que la hoguera revolucionaria prenda en Europa”.[8] La significación del impulso popular ruso contra el feudalismo se evidenciaba justo en reavivar los esfuerzos de los trabajadores en occidente por sublevarse contra sus propias ataduras de clase. Por su parte, la importancia de una revolución europea radicaba en la fuerza que inyectaba para el socialismo. “Nada elevará a tal altura la energía revolucionaria del proletariado mundial, nada acortará tan considerablemente el camino que conduce a su victoria total, como esta victoria decisiva de la revolución que se ha iniciado ya en Rusia”[9]. Tal es la apreciación sobre la importancia de un movimiento revolucionario a escala mundial. Tanto Lenin como Trotsky coincidían sobre el punto de la imposibilidad de construir el socialismo en Rusia, para ello la revolución debía mirar en primer lugar a Europa y paralelamente al mundo. Esta perspectiva no fue abandonada tras la formación de la república soviética luego de que el partido bolchevique se hiciera del poder en octubre de 1917.[10] El mismo Trotsky aseguraba poco antes de la toma del palacio de invierno: “para nosotros el internacionalismo no es una idea abstracta que no tenga más que ser violada siempre que la ocasión se presenta, (...) sino un principio directo orientador y profundamente practico. Nosotros no concebimos que nuestro triunfo pueda ser seguro y definitivo sin la revolución europea”.[11] La revolución bolchevique no fue ni podía ser un acto fundacional del socialismo, sino el primer fermento de la revolución mundial. Cuando los bolcheviques se hicieron del poder la perspectiva de la revolución mundial no figuraba como mero utopismo; “parecía perfectamente factible, porque la gran guerra concluyó en medio de una crisis política y revolucionaria generalizada, particularmente en los países derrotados”.[12] Así, las oleadas revolucionarias que sacudieron Alemania, Hungría, Turquía, Bulgaria e Italia en los estertores del conflicto bélico de 1914 eran saludadas por los comunistas soviéticos como el cumplimiento de la tan esperada masificación de la embestida proletaria contra el capital. El mismo Nikolái Bujarin opinaba al respecto: “creo que se ha iniciado un periodo de revolución que puede durar y extenderse al mundo entero”[13]. La apuesta ahora era encauzar los esfuerzos de los trabajadores bajo la bandera comunista que se alzaba contra el reformismo y el parlamentarismo de una desprestigiada socialdemocracia. Para los bolcheviques ni la socialdemocracia ni su segunda Internacional, que por entonces estaba más cercana al marxismo, representaban al proletariado revolucionario. El reformismo no podía ser opción por encontrarse en los marcos de la política formal. Bajo estas condiciones el ideal socialista solo era una caricatura aburguesada del democratismo liberal y no expresión propia de las reivindicaciones obreras. La falsedad de su internacionalismo se había evidenciado tras adquirir el paroxismo nacionalista que el imperialismo había utilizado como estandarte para dar sentido a la carnicería humana en los frentes de guerra. Es ante este panorama que el bolchevismo decidió reaccionar. La tarea sería agrupar a los sectores descontentos de la sociedad para formar una verdadera Internacional comunista y revolucionaria. “Para Lenin la formación de la Internacional Comunista era una necesidad después que el nacionalista movimiento marxista europeo había traicionado los ideales de la Primera y Segunda Internacional. Hacia falta reconstruir la Internacional sobre una plataforma revolucionaria e insurreccional y, para salvarla de los errores de las asociaciones anteriores se necesitaba mayor centralización y disciplina”[14]. La tercera Internacional Comunista (Comintern) fue fundada en su primer congreso celebrado el 2 y 6 de marzo de 1919. Entre sus funciones estaba la consagrada en establecer, en los más diversos países, partidos comunistas que siguieran las consignas de este gran cuerpo centralizado y disciplinado; su misión fundamental era propagar y dirigir la revolución mundial. En sus estatutos se proclamaba que:
El Comintern fue concebido como “partido homogéneo y disciplinado, del proletariado internacional”[16]. En tal dimensión, su órgano supremo de deliberación de las tácticas y estrategias eran los congresos mundiales a los que asistían los representantes de las organizaciones adheridas que tenían derecho a voto según su influencia. Su cuerpo de mayor jerarquía era el Comité Ejecutivo (IKKI) cuyo presidente fue el bolchevique Grigori Zinóvievhasta1926cuandofuesucedidoporBujarin. Su función era dirigir y coordinar las instrucciones en los intervalos de un congreso a otro a la vez que mantener el cuidado de la disciplina de los partidos comunistas. La difusión de los manifiestos donde establecían los exámenes epocales y las tareas a seguir que debían guiar el actuar de los militantes también eran responsabilidad del IKKI. Los congresos mundiales se constituyeron como el foco que emanaba las estrategias y tácticas que debían seguir todos los comunistas afiliados a nivel global. Ello a partir de las conclusiones que surgían de las discusiones entre los delegados de cada país y el IKKI sobre el desarrollo del capitalismo tanto en el centro como en la periferia del sistema, de la relación con las demás organizaciones obreras y el estatus del proletariado en su combatividad especifica en situaciones determinadas. Si bien esta nueva institución tenía como base organizacional el centralismo democrático característico del bolchevismo leninista, no se puede decir que los edictos políticos que de ahí surgían eran monolíticos e impositivos sin más. Los directrices finales y las constantes modificaciones a las líneas tácticas surgían de la síntesis de la situación ideológico política de los partidos comunistas y de la propia experiencia soviética. En este juego de influencias es innegable que Europa jugaba un papel central y decisivo. La característica más significativa del Comintern en sus primeros dos años de existencia fue su gran paroxismo revolucionario y una construcción sistemática del ser comunista forjado en la lealtad y la disciplina. Las veintiún condiciones de admisión a la Internacional Comunista que Lenin dictó en el segundo congreso reunido en el verano de 1920, eran la más firme muestra de las exigencias de aptitud que tanto los partidos como los militantes debían cumplir. En la introducción que da sentido a las nuevas reglas se argumentaba que: “la Internacional comunista está amenazada por la invasión de grupos vacilantes e indecisos que aún no han podido romper con la ideología de la II Internacional”[17]. Por ello, era menester que toda organización deseosa de ingresar renunciara a todo tipo de reformismo. Debía adquirir en su lugar una praxis revolucionaria comprometida con la agitación y propaganda mezcladas con trabajo legal y clandestino en organizaciones de trabajadores en busca de su radicalización por la dictadura proletaria. Se puede afirmar que el Comintern nació con una buena dosis de radicalismo y optimismo en la proximidad de la revolución mundial. Sus primeras tácticas, estuvieron inmersas dentro de esta expectativa. La orden dictaba que se debía trabajar en la formación de células comunistas en diversas organizaciones de trabajadores como sindicatos, cooperativas o comités de fábrica para atraer y radicalizar a las amplias masas asalariadas. Por otro lado, la lógica de los grupúsculos radicalizantes, que caracterizaron al comunismo de guerra, debía olvidarse por la búsqueda de la participación parlamentaria. Esto no quiere decir que se diera un paso atrás y se adoptara la postura de una política burguesa o del reformismo gradualista de la socialdemocracia. Para los comunistas esta actuación debía utilizar a las instituciones no con miras legislativas, sino “a los fines de su destrucción. En ese sentido, y únicamente en ese sentido, debe ser planteada la cuestión”.[18]
Bibliografía
-Carr, Edward Hallet, La revolución rusa De Lenin a Stalin (1917-1929), Madrid, Alianza, 2007, 257p.
[5] Woods, Alan, Bolchevismo el camino a la revolución Historia del partido bolchevique desde sus comienzos hasta la revolución de octubre, México, Fundación Federico Engels, 2004, p. 259.
[10] La toma del palacio de invierno derribó al gobierno provisional que se había levantado tras la revolución de febrero que provocó la dimisión del zar Nicolás II. Para los bolcheviques esto significó dar por terminada la revolución que dio al poder a la burguesía y fue la catapulta para lanzar un gobierno basado en el poder de los soviets obreros y campesinos. La fecha de la revolución bolchevique, 28 de octubre de 1917 correspondía al calendario juliano utilizado en los regímenes cuyo credo religioso yacía en el cristianismo ortodoxo. Para el resto de los países occidentales que ya utilizaban el calendario gregoriano la fecha correspondía al 7 noviembre. El nuevo anuario se implantó en Rusia a partir de 1918. Cfr., Carr, Edward Hallet, La revolución rusa: de Lenin a Stalin (1917-1929), Madrid, Alianza, 2007, p. 17.